No hallaría don Antonio Parra interesante a la común biajaca criolla, que no la incluye en 1787 en su Descripción de diferentes piezas de historia natural. Hay fuente más antigua, sin embargo, y nos la descubre este párrafo de la Enciclopedia Popular Cubana: “Entre las especies fluviales de Cuba, la biajaca es una de las pocas cuyo conocimiento bajo el nombre indígena de Dihajaca, se remonta a la época del descubrimiento y la colonización, mencionando este nombre, entre otros, el Padre Fray Bartolomé de las Casas en su Historia de las Indias y el Cronista Herrera. Las Casas a este respecto dice: Hay así mismo lo que los indios llaman Dihajaca, estas son como mojarras de Castilla, difieren algo de las mojarras en tener las escamas prietecitas y las mojarras son todas muy blancas; estos pescados son también sabrosos y muy sanos”.
Una obra curiosa y sorprendente, en la que palpita como en pocos textos la vida cotidiana, a veces feliz, siempre esforzada y en ocasiones trágica, de los cubanos del siglo XIX, trae referencias, valiosas por su inmediatez, del papel de la pesca para el cubano campestre, concretamente en la región de Camaguey. Modesto González Sedeño revela en La vida pública y secreta de Encarnación de Varona algunos detalles del vínculo entre hombres y paisajes cubanos, justo en medio del proceso de formación de la nación. El diálogo entre dos hombres, en una negociación de rutina, aparece pleno de referencias gustosas a montes, aguas y animales, dejándonos referentes valiosos de un sentido de pertenencia que acabaría por hallar su expresión política.
Estaba el padre de la protagonista del libro tratando de convencer al propietario de una agencia de coches para que le facilite el transporte para un viaje de 18 leguas desde Puerto Príncipe hasta su finca, llamada El Caimán, nombre que le venía de la abundancia de estos reptiles en lagunas, esteros y desembocaduras de ríos cerca de la costa. Explicándole al viejo cochero los detalles, quiere cautivarle con su afición a la caza y la pesca y le invita a acompañarle al viaje, que en la época no era menos que toda una aventura. Veguita, el agente de coches, dice que no es muy conocedor de la costa sur, "pero sí he cazado y pescado mucho en las costas de Morón, donde también se encuentra el flamenco y la grulla". Aceptará en definitiva la invitación en otro momento, a condición de que en las correrías campestres se sostuvieran con las biajacas que pescaran, además de otros silvestres alimentos.
En otra de las anécdotas del diario, Encarnación visita la casa de una muchacha a la que su hermano pretendía en amores y relata que vio "la representación de la más absoluta miseria" en aquel hogar donde vivían cuatro mujeres, tres hombres y dos niños. Era escaso el mobiliario y la ropa, pero abundaba la honradez y la amabilidad. "Comimos muchas biajacas, que había en abundancia", dejó escrito la joven.
En medio de las duras penurias de la Guerra de Independencia, en el año 1871, los mambises camagüeyanos se sostenían a veces con "biajacas fritas en grasa de coco y unas yucas cocidas” servidas en platos de yaguas. Carlos Manuel de Céspedes, Padre de la Patria Cubana, dejó asimismo un sorprendente testimonio de cuán común debió ser para los combatientes del siglo XIX acudir a nuestro emblemático pez de aguas dulces para calmar el hambre:
“El miércoles 14 apunta que no les queda nada del mulo sacrificado y come unos boniatos". Luego escribe: "Un par de brazadas de pita les acompañarían de un lado a otro, enrolladas en la copa del sombrero de yarey del soldado mambí; un anzuelo salvado con mimo del oxido, clavada su punta en el tapón de corcho que le servía de flotador al aparejo. En cualquier parte una cañabrava flexible, y la lombriz descuidada en la tierra húmeda: ahí estaría el pez, en la cañada que llenaban las lluvias y en la laguna que desafiaba la seca. Un día descontado al hambre porque el soldado independentista sabía también pescar".
La biajaca criolla, pez autóctono, sin duda estaba siempre al alcance del necesitado. De hombres que vivían de esta pesca escribió en el siglo siguiente Onelio Jorge Cardoso, un narrador en quien se daba con tanto vigor como en el laureado Hemingway el proceso de apropiación de vivencias a través del periodismo, y su posterior transformación en arte literario, deslumbra en sus reportajes, sin subterfugios y también sin el eficiente andamiaje mediático que hizo del norteamericano un personaje. Leo, en “Pescador de agua dulce”, un párrafo de diálogo inigualable:
– Este negocio de la pesca de agua dulce, es un negocio chiquito, pero tiene poca competencia, porque el mundo está hecho de pudientes pa lo bueno y pobres pudientes pa lo malo. El primero le mete al peje de mar, para él se hizo el pargo y to lo fino que dan las aguas del mar. No come peje de lagunas porque dice que sabe a fango, no sabe que sabe a gloria, pero no importa porque queda el pudiente pobre que me compra a mí la carpita de agua dulce, el peje sol, la biajaca y la trucha de Arigüanabo.
El nombre de este pez fluvial ha aparecido muy discretamente entre los toponímicos nacionales. Un “Río de Biajacas” es localizado por Jacobo de la Pezuela fluyendo de Madruga hacia el sur, en la provincia de La Habana. Del Diccionario geográfico, estadístico, histórico de la Isla de Cuba, publicado por este autor en Madrid en 1863, podemos citar igualmente una laguna de Las Biajacas, cerca del pueblo de Las Tunas, un charco de igual denominación por la zona de Calabazar de Sagüa; un arroyo que corre hacia el sur en Puerto Príncipe, o sea, la actual Camaguey, y otro río, pequeño, que lo hace hacia el norte para desembocar en la costa del partido de Baja, jurisdicción de Pinar del Río.
En el siglo XX se le dio el nombre de Biajaca a dos fincas rústicas, la una de ellas en el barrio de Nombre de Dios, Pinar del Río, la otra en el barrio de Cayajabos, de Madruga, La Habana. También se ha leído que en un sitio llamado Bella Biajaca, en Alto Songo, hoy provincia de Santiago de Cuba, fue muerto “por la fuerza pública” en 1912 el comandante de la Guerra de Independencia Evaristo Estenoz Corominas.
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