añosos y bien enterados han podido darme referencias de su impronta en los anales que referencian la Guerra Grande, muchas veces ninguneados, con o sin manifiesta intención por los historiadores de este minuto.
Nacido en Santiago de Cuba, era hijo de Don Francisco Agramonte, abogado principeño afincado en aquellas tierras orientales, de quien el propio Martí sabría pronunciar frases laudatorias, con motivo de su fallecimiento, por su eminente participación en los hechos revolucionarios agenciados por la emigración cubana en Nueva York, donde fallecería, decía así el Apóstol:
Acaba de morir ya muy anciano, el abogado principeño que iba todos los días, a eso de las diez, a ver, lleno el de canas al joven que no quería generales pudridores en los negocios de su tierra. Patria recuerda agradecida a Don Francisco Agramonte.
Con sólo nueve años, el niño Francisco Alejandro era enviado por su padre a Francia, para proporcionarle la mejor instrucción posible. Ya con trece años, volvió a reunirse con su familia, por entonces residentes en Barcelona. Completaría luego su formación en Alemania. Justo después volvería reunirse con su familia esta vez afincada en Nueva York, que prestaba ya sus mejores esfuerzos a los preparativos de la asonada independentista de 1868.
Alejado de su amada patria desde los nueve años, conseguiría su más caro anhelo de regresar a Cuba enrolándose en cinco expediciones, cuatro de ellas fallidas. A las tierras cubanas logró llegar finalmente con el Mayor General Eduardo Álvarez de quien fungiera como ayudante.
Luego del desembarco, cayó prisionero de los españoles en el combate de Jarico, junto al antiguo catedrático del Instituto de Camagüey, Don Eladio Fernández, y al teniente Agüero. Juzgado sumariamente fue condenado a muerte, aunque según acota Agramonte en su artículo ya citado:
"las cualidades excepcionales que adornaban al prisionero de veinte años de edad, su esmerada educación en centros europeos, lo infrangible de su amor patrio y su ejecutoria de soldado abnegado e irreductible, llamaron poderosamente la atención de la Oficialidad española y ofrecieron conservarle la vida solo a cambio de dar su palabra de honor de de no empuñar de nuevo las armas contra España. Tal promesa de fidelidad la rehusó con incomparable altivez…"
Tal y como lo recogieron su tres últimas cartas de despedida a sus padre, su máxima aspiración hubiera sido haber combatido al lado de su primo el Bayardo. Su muerte, por fusilamiento, acaecida coincidentemente en el Fuerte de Jimaguayú, ocurría el 25 de diciembre de 1870.
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