miércoles, 19 de marzo de 2014

Conducta: La película diaria que no queremos ver

Parapetados por el grupo adolescente desandan la ciudad. Olvidan el porqué de los bancos y los convierten en tribunas y pasillos. La lata vacía cae a la fuente desde el vacío de su sensibilidad y por decreto divino de la mano ebria que la lanza, la botella de cristal hace diana en la estatua, que no oculta algún gesto de indignación.
No son pocos, pero tampoco demasiados. Claro que no se irán sin dejar huella y el graffitero improvisado inmortalizará el amor de Acela y Yuniel, que hoy se aman para ciempre. De esa manera sus nombres se multiplican por la ciudad ofendida ante tanta humillación ajena, de quien asume los espacios de todos como terrenos al cuidado de nadie.

Unas semanas después él y ella regresan al mismo lugar desde el cual contemplan la bella capital. Ya no los envalentonan el grupo y la bebida. Arropados por el nuevo contexto desean inmortalizar su amor, la vista y el momento, esta vez, desde el lente de la cámara fotográfica, pero ya es demasiado tarde. Enjaulados están la escultura, la fuente, el monumento, el parque, quizás, para protegerlos de otros depredadores urbanos como ellos mismos.
Los protagonistas de esta historia, no son ficticios, aunque bien podrían llamarse Pedro, Ana, Juan, Isla o sencillamente Chala, ese personaje cercano de la película que el director Ernesto Daranas ha titulado Conducta y no precisamente por este tipo de escuelas, sino por otra más lejana en el tiempo, desde la que se forjó la concepción conductista de la psicología.
Es precisamente el Conductismo, la corriente que volteó la mirada universal hacia las adaptaciones y condicionamientos humanos desde el indisoluble nexo Estímulo-Respuesta. De esa manera, el mítico karma encontró asiento en la ciencia para demostrar que ninguna de las acciones propias o ajenas quedarían “impunes”. No por gusto Carmela (la maestra interpretada por Alina Rodríguez) sentencia en unos de sus parlamentos “si quieres un delincuente trátalo como un delincuente”, por ello Chala no es un niño malo, sino víctima de sus propias circunstancias, y la convocatoria del filme no es a hacer de él un infante bueno, sino enfrentar las causas y azares que le han convertido en lo que es.
Como Chala, los protagonistas de nuestra historia no serán justificados como víctimas de sus propias circunstancias, pero sí reflejan el insuficiente trabajo de la casa, la escuela, los medios. La sociedad… Pero sus actos, también encontrarán consecuencias sociales.
¿Cuestionable o necesaria? ha sido la reacción a las más reprochables actitudes de quienes depredan a su antojo la ciudad. Por ello, ahora el Cristo de Gilma Madera ha sido enjaulado a la entrada de la bahía, algunas fuentes están entre rejas y no pocos parques encerrados. Algunos se quejan, para otros les resulta indiferente y muy pocos se preguntan el porqué. La respuesta: ¡Puro conductismo!
La evidente incapacidad común de dialogar con la ciudad y sus espacios ha llevado a lo que nadie quiso. Estatuas, parques o fuentes que por décadas han formado parte de la cotidianidad, ahora se visten de rejas anti-indisciplinados, a falta de los necesarios blindajes que solo otorgan la responsabilidad social, el respeto, el civismo y el urbanismo, junto a tantos ismos que caen en el abismo de las indolencias cotidianas.
Porque esos barrotes tras los cuales se esconde la incapacidad ciudadana de convivir con sus espacios o la de otros en hacer cumplir esa convivencia, no transforman el comportamiento conductista, y sí devienen en evidente derrota ante ese insípido concepto que son las indisciplinas sociales, hijas huérfanas de la educación y la cultura. Mientras falten quienes sepan ejercitar, enseñar o hacer cumplir las más elementales reglas de urbanidad; la práctica del enclaustramiento de espacios se perpetuará entre nosotros, quizás por aquello de que muerto el perro se acabó la rabia, pero lo cierto es que la rabia no se ha acabado y que otro pensamiento popular es el que debería imponerse: poner el parche antes de que sangre la herida.
¿Será eterna esa condena monumentaria a las rejas? Lo cierto es que esta decisión conductista es valedera siempre y cuando se concreten y fortalezcan mecanismos que incentiven, enseñen y obliguen al diálogo y respeto hacia la ciudad. Incluso si ello se hace, de nada servirán la campaña de bien público, la valla educativa o la necesaria multa, si los que miramos tales actos de indisciplina e incultura permanecemos impávidos ante quienes impunes desandan la ciudad sintiéndola propia, pero tratándola como ajena. Y es que tanta culpa tienen esos antagonistas que se sientan, rayan, escriben, ensucian, irrespetan y profanan los espacios, como los que callados les observamos deshacer lo que ha sido rescatado del olvido y el paso del tiempo.
Porque si algo resulta indudablemente meritorio es la rehabilitación que se realizó en esos mismos espacios a un altísimo costo, y que ninguna economía se puede dar el lujo de repetir, porque la conservación de la ciudad ha de avanzar en el rescate y no volver sobre sus propios pasos. Costosas inversiones de rescate urbanístico e histórico que no pueden encontrar asiento en la indolencia de algunos que cada vez son más si cuentan con el apoyo indirecto de los que no hacen nada ante sus actos.
Por lo pronto, Chala desanda las pantallas y las calles de su ciudad en la búsqueda de esas Carmelas anónimas que conviden a voltear miradas y acciones hacia esas conductas diarias que preferimos no ver.

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