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No olvidemos que, en tiempos
de Lewis Carroll –seudónimo del matemático inglés Charles Lutwidge Dodgson–, el opio y un brebaje alcohólico que lo lleva como ingrediente, el láudano, se consumían legalmente. A esto hay que añadir que Carroll sufría jaquecas, por lo que pudo acudir a un remedio fuerte para aliviarlas. De hecho, existe un trastorno llamado síndrome de Alicia en el País de las Maravillas o micropsia, que consiste en ver las cosas distorsionadas y que precisamente causan las cefaleas agudas.
Lo cierto es que muchos han apreciado en las setas mágicas ingeridas por la protagonista, el narguile que fuma la oruga o la sonrisa suspendida en el aire del gato de Cheshire, referencias claras a las drogas. Esta lectura de la obra fue especialmente popular durante los años 60, cuando hacían furor el LSD y otros psicotrópicos. Pero la mayoría de los expertos en la novela, que tuvo su continuación con Alicia a través del espejo (1871), no quieren ni oír hablar de esta posibilidad, pues simplemente ven un derroche de imaginación con el único objetivo de entretener.
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