autobombo, no solo por lo facilista que resulta incluir “méritos” desde el yo, sino porque —desde hace algún tiempo— se ha convertido en una práctica común criticar a otros para alabarnos a nosotros mismos.
Desde 1914 Emilio Roig de Leuchsenring, primer Historiador de La Habana, etnólogo, excelente articulista y cronista, explicaba que el autobombo, “siempre cultivado entre nosotros”, aparece en todas las esferas de la vida.
Y no se trata solo del elogio, más o menos apasionado que nos hace un amigo, de exhibir los premios obtenidos, de contar los trabajos y sacrificios que se han realizado, los bombomaníacos —decía el escritor— se sienten los únicos y legítimos representantes en su especialidad. Son expertos en resaltar su carácter de notabilidades y en hacer dignas e importantes sus habilidades o experiencias de vida.
Sin embargo, con respecto al autobombo que tire la primera piedra quien esté libre de pecado. En algún momento todos hemos sucumbido a su facilismo y no podemos negar que está ligado indisolublemente a nuestra idiosincrasia insular.
El autobombo suele utilizarse de diversos modos y para fines muy distintos, lo mismo para ponderar, justificar o criticar.
En el primer uso tenemos a esos personajes que convierten una conversación en un soliloquio, que les gusta oírse por encima de los demás y ocupar el centro de cualquier actividad. De ahí que, las fronteras entre egocéntricos y bombomaníacos estén bastante difusas. Pero para identificarlos apliquemos una sencilla técnica: Conquistas amorosas.
Cuando se trata de ponderar los triunfos amorosos, nuestros bombomaníacos han sido más eficaces que el mismísimo Giacomo Casanova (aquel famoso aventurero romántico italiano) y no vacilan en enumerar, a toda voz, su lista de conquistas.
El segundo y tercer fin pues son mucho más fáciles de encontrar en la esfera social y laboral. Los ejemplos sobran en cualquier conversación de la vida diaria. Solo pongámonos a pensar cuántas veces comenzamos criticando algo o a alguien para, a mitad del parlamento, variar la vuelta de la crítica y decir que fuimos o somos capaces de hacerlo mejor.
Pero, al César lo que es del César. No es lo mismo echar mano del recurso de vez en cuando que hablar siempre de los logros en primera persona. Estos ampulosos personajes rozan la pedantería, son jactanciosos, carecen de modestia, sencillez y una larga lista de etcéteras.
Sin embargo, los bombomaníacos no se duermen en los laureles y son constantes en su afán de hablar sobre ellos mismos. Y en eso estriba su gloria, precisamente, en que nadie los escucha ni les cree, ni los admira aun cuando ellos no parecen darse nunca por enterados.
Pero el autobombo —ya sabemos— no es solo cosa de nuestros días y, probablemente, nos acompañe por mucho más tiempo.
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