Tomado de Cubadebate
Aquel herrero de la Perla del Sur, que atacaba los metales con fiereza, ha sido uno
de los más grandes jugadores cubanos de cualquier época. Incapaz de regalar sonrisas insípidas ni desplazarse con la majestuosidad natural y la elegancia de Martín Dihigo, el acendrado azul añil de Méndez, o la descuidada figura de Bombín Pedroso, llegó a la pelota con la fuerza indiscutible del rudo oficio, cual mineros que rompen rocas en las profundidades de la tierra; de ahí la convocatoria a los primeros pininos.
En el juego iba a lo suyo y lo hacía mejor que los demás, sin émulos en la pradera central; lo sabía, pero nadie hubiera podido divisar una figura de mármol fuera del diamante, donde vivió como quiso, o mejor dicho, como pudo hacerlo en un mundo que le había llegado hostil. ¿Quién, sino él, desplazaría a Oscar Charleston hacia el jardín izquierdo en la pelota de los negros? No pocos lo vieron superior. Así lo recordó Martín Dihigo:
“Nosotros nunca le hemos dado a Torriente la importancia que tuvo (…) todo lo hacía bien, fildeaba con naturalidad, tiraba de forma perfecta, cubría tanto terreno como el que más pudiera cubrir y, en lo tocante al bate, ya dejaba de ser bueno para convertirse en algo fuera de lo común (…) yo no le he visto a Torriente alardes de lo inmenso que era como jugador de pelota…”
Y acto seguido recuerda una de las anécdotas que pintaron de cuerpo entero a nuestro hombre. Resulta que el día de Navidad de 1924, en Matanzas se enfrentaría el Habana con el poderoso Santa Clara, para celebrar un doble encuentro. Pero en la jornada anterior, como fue su costumbre, Torriente había bebido en exceso y hubo que socorrerlo. Según Dihigo, en el dugout daba pena verlo en aquellas circunstancias, desbordando alcohol por todos los poros, su gran debilidad en la vida, como si hubiese encontrado un refugio maldito ante las adversidades. Nadie pensó que pudiera jugar, pero: “Cuando supo que el serpentinero contrario era el zurdo Lou Streater se animó y dijo que iba a entrarle a palos. Conectó jonrón, tubey y hit…” Prácticamente desfallecido, como consecuencia de la noche anterior, en el noveno inning el manager lo mandó a descansar y el propio Dihigo se encargó de cubrir su posición. Torriente, como alma que se llevaba el diablo, encontró un bendito espacio debajo de una arboleda, y no volvió en sí para el segundo desafío.
En otra oportunidad, convocado por la prensa para escuchar criterios sobre los mejores peloteros de su tiempo, el Inmortal destacó: “El mejor pelotero de su época fue el malogrado Cristóbal Torriente. Lo hacía todo bien, con una naturalidad asombrosa (…) jamás trató de impresionar a las gradas con aquellas facultades que le sobraban; el alcohol y la falta de descanso y alimentación, minaron su organismo y a los 32 años físicamente era un espectro…”
Cristóbal Carlos Torriente, había nacido en Cienfuegos, el 16 de noviembre de 1893 (en otras fuentes aparece 1895) y falleció en Ibor City, New York, el 11 de abril de 1938. “Si ves a Torriente caminando por la otra acera; sin temor a equivocaciones, puedes decir que ahí va un team de pelota…”. Así lo había definido C.I. Taylor, el destacado manager del Indianápolis ABC.
Aquel jugador de mármol y granito, feo, huraño y a veces tosco, de quien se decía que alzaba un peso superior al suyo con facilidad, se desempeñó entre 1913 y 1927, en doce temporadas de la Liga Profesional Cubana, y en dos torneos independientes. En 1913, con el Habana (.265), 1913-1914, con el Almendares (.337), 1914-1915 (.387), 1915-1916 (.403), 1919-1920 (.360), 1920-1921 (.296), 1921, con el Habana (.350), 1922-1923 (.351), 1923-1924, alternando entre Habana y Marianao (.346) y 1923-1924, con el Almendares del torneo independiente (.377), 1924-1925, con el Habana (.380), 1925-1926 (.344), 1926-1927, alternando entre Cuba y Almendares (.375) y 1926-1927, con el Havana Reds, del torneo independiente (.222). Total: en 1 402 veces al bate, conectó 494 hits, para average de .352, con 271 anotadas y 112 bases robadas.
A sus condiciones supo incorporar una virtud de escogidos, junto al extraordinario poder, conectaba con facilidad las bolas malas hacia cualquier banda, para provocar una situación desesperada en los lanzadores, que jamás supieron cómo dominarlo; simplemente lanzaban rápidas o rompimientos y se entregaban a la providencia. Muchos años después, en esa capacidad pareció heredarlo Lázaro Madera, un slugger vueltabajero de Series Nacionales.
Entre 1913 y 1928, Torriente tejió una leyenda en las Ligas Independientes de Color, o Negras Norteamericanas, con diferentes equipos: Cuban Stars (1913-1918), All Nations (1913-1916-1917), Chicago American Giants (1918-1925), Kansas City Monarch (1926), Detroit Stars (1927-1928). Total: en 427 desafíos y 1 502 veces al bate, conectó 531 hits, para average de .354, con 89 dobles, 42 triples, 32 jonrones, 350 anotadas, 343 impulsadas y slugging de .533.
Según James A. Riley: “El slugger superestrella del gran Rube Foster con el Chicago American Giants, también fue un excelente jardinero, con un brazo muy potente. Este zurdo musculoso fue el más legítimo slugger del team de Foster, pues conectaba para todas las zonas del terreno con elevados promedios. Fue, también, un notorio bateador de bolas malas, que lo hacía bien ante derechos y zurdos…”
Allí había liderado sus primeras tres campañas: 1920, el año de fundación oficial de esas lides (.411), 1921 (.338) y 1922 (.342), así como en 1923 (.412). Por entonces conformó, junto a los norteamericanos Jelly Gardner y Jimmy Lyons, uno de los tríos más defensivos de todos los tiempos. Además de su clase como bateador, también había lanzado ocasionalmente en ese circuito, con balance de 15-7.
Algunas veces desoyó consejos y tuvo problemas de disciplina, por su apego a la vida bohemia, pero jamás declinó en su rendimiento. Por eso pasaría al Detroit Stars, donde conectó .339 en 1927 y .320 en 1928. Está considerado el mejor jardinero central de aquellas lides, junto a Charleston. Con Dihigo y José de la Caridad Méndez, fue de los mejores cubanos en las Ligas Negras.
Sin embargo, su obra quedaría incompleta, porque no se desempeñó en otras latitudes, como muchos de sus compañeros. No jugó en torneos latinoamericanos ni, por el color de la piel, pudo hacerlo en la Liga Nacional Amateur. Así las cosas, sus recuerdos quedaron supeditados a Cuba y el béisbol de negros en los Estados Unidos, sin acceso al máximo nivel de las Grandes Ligas. Eso sí, arrostraría consigo el consuelo de haber sido mejor que muchos de la Gran Carpa.
Al terreno había llevado cualidades difíciles de conjugar, como aquella de unir en un mismo hombre un poder excepcional al bate y la capacidad para desplazarse a velocidades inauditas, con una lograda intuición para robar y alcanzar bases extras con sus batazos. Supo conservar un olfato innato para ejecutar las jugadas de bateo y corrido, tanto con el madero, como apoyándose en sus benditas piernas.
Su obra había alcanzado ribetes ciclópeos, en una fanaticada que supo adorarlo y él como si tal cosa, simple mortal, disparaba a las bases desde las profundidades con el privilegiado brazo; balas más que pelotas. Sin buscarlo, había acaparado la atención de la prensa desde 1914, cuando se coronó campeón de bateo (.387). Entonces ni siquiera podía imaginar que seis años después engrosaría definitivamente el sacrosanto cielo del béisbol, cuando su nombre se elevaría a la cumbre a partir de un suceso que no buscó, pero supo rubricar con su firma.
Hacía años que eran frecuentes las llamadas Series Americanas, donde en partidos no oficiales, se enfrentaban los mejores equipos cubanos contra los de Grandes Ligas, que tenían en la Isla un puerto seguro para sus etapas de entrenamientos, la hospitalidad, el clima, y la calidad de los rivales. El 4 de noviembre de 1920 sería inolvidable, pues Torriente conectó tres jonrones ante los Gigantes de New York, conducidos por el legendario John McGraw, que traía en sus filas a Babe Ruth, contratado por el empresario Abel Linares por la astronómica cifra de 2 000 dólares el desafío. Ese año, el Bambino había impuesto la marca de 54 cuadrangulares y era la figura cimera del béisbol mundial.
El Almendares Park II conservaba dimensiones siderales, como su antecesor del siglo XIX, ahora incluidos 600 pies por la pradera central, distancias prohibidas a los jonroneros, por lo que era usual conectarlos dentro del terreno, solo eso explica que se produjeran más triples que cuadrangulares, desde entonces. La gente quería ver a Ruth sacando la bola del parque, quizás el reto más difícil que enfrentó el Bebé de Dunn, no tan rápido de piernas como el cubano. Ambos se habían iniciado como lanzadores.
Isidro Fabré, un excelente pitcher de origen catalán, fue el encargado de abrir por los azules; mientras que el derecho Joe Kelly lo hizo por los Gigantes. Para frustración del fanático que había pagado para ver al Bambino desaparecer la esférica, este se fue en blanco en tres oportunidades ante Fabré; pero el zurdo criollo se echó la tarde encima, porque no solo bateó de 5-4, sino que tres fueron jonrones y el otro un largo doble.
Los dos primeros fueron a la cuenta de Kelly, por el right field. Entonces, para elevar la rivalidad y el protagonismo de Ruth, en el quinto episodio McGraw lo envió al box, con intención expresa de frenar el desborde ofensivo del antillano, pero tuvo que soportar el doble del criollo al right center y, dos entradas más tarde, de nuevo ante el Babe, la bola salida de su bate voló sobre el jardinero central y se convirtió en su tercer cuadrangular. Una demostración increíble del humilde cienfueguero, un extraclase que terminaría aquella serie con 3 jonrones y el mejor jonronero de la historia solo conectaría 2. Además, el criollo negro acumuló en la serie un average de .378, por .345 el legendario rival, y un slugging de .757.
A partir de allí, Ruth sintió una gran admiración por él, aunque no le hizo gracia que le llamaran el Babe Ruth Cubano. Como tantos otros, cargando una calidad insuperable, Torriente no pudo actuar en Grandes Ligas por el color de la piel. De todas formas, un tanto airado y en tono de chanza, al finalizar el juego, Ruth declaró: “Era tan negro como una tonelada y media de carbón en un sótano oscuro”, para acto seguido afirmar: ‘Si pudiera llevarme al lanzador José de la Caridad Méndez y al jonronero Cristóbal Torriente para mi equipo, ganaríamos el gallardete comenzando el mes de septiembre y después nos iríamos a pescar’…”
Por si fuera poco, Torriente, que logró llevar a su casa una suma no despreciable de dinero aquella tarde, también venció a Ruth ante los micrófonos. Al final del encuentro, cuestionado sobre su actuación y la presencia del gran jugador norteamericano, respondió huidizo, con humildad y parsimonia. A él le recogieron 246 pesos, que posiblemente dilapidaría entre bares, cantinas y mujeres, mientras Ruth cobraría, centavo a centavo, sus 2 000 dólares, y se iría a un hotel de lujo.
Se dice que aquella tarde se llevó a casa 246 pesos, recogidos entre el público por sus compañeros. También que, al abandonar el terreno, Torriente fue asaltado por una batería de periodistas y fotógrafos, a lo que el cienfueguero sugirió con la mayor naturalidad del mundo: “¿Por qué a mí? Busquen a Ruth. Él lo hace a menudo, lo mío fue hoy…”
Por la incomparable tarde, los comentaristas comenzaron a llamarlo El Bambino Cubano: Según Andrés Pascual en Cristobal Torriente El Herrero de Cienfuegos, ABOGADA.COM. 2008: “Pedro Galiana, legendario diarista deportivo que le vio jugar y alcanzó a seguir en Grandes Ligas las carreras de Tani Pérez y Tony Oliva, además de Miñoso, escribió en su columna Desde el bullpen, en periódico de Nueva York, en 1969: ‘En mi libro, el mejor pelotero cubano de todos los tiempos es Torriente y sin discusión… que no vengan los neófitos con números de ultima hora que yo los he visto a todos desde Méndez. Torriente fue increíble…”
En 1925 había participado, defendiendo el jardín central, con el All Cubans, en la Copa López del Valle, donde estuvo presente el Juez Landis, Comisionado de las Grandes Ligas, un acérrimo defensor de la segregación racial en el béisbol, quien no pudo menos que celebrar su juego.
A pesar de acumular tanta gloria en los terrenos, su vida personal no fue más que un laberinto donde se depositaban las execrables desventuras del alcohol, sembradas en una personalidad que nunca logró serle esquiva y, quizás, tampoco se lo propuso. Lástima de hombre grande que no supo cuidarse, y murió tuberculoso a los 43 años de edad, en extrema pobreza. Su cadáver fue enviado a La Habana, donde se le dio sepultura, envuelto en una bandera cubana.
En 1939, año de su fundación, fue elevado al Salón de la Fama del Béisbol Cubano. En 2006, a pesar de no jugar en las Grandes Ligas por el color de su piel, fue electo al Salón de la Fama de Cooperstown, junto a José de la Caridad Méndez y Alejandro Pompez.
Liga Profesional Cubana:
VB H AVE CA BR
1402 494 .352 271 112
Récords:
-2do. en average de por vida en la Liga Profesional Cubana (.352), solo superado por el norteamericano Oscar Charleston (.360).
-5to. en bases robadas (112.
-5to. en triples (39).
-Fue quien más veces encabezó los triples (5): 1914-1915 (5), 1915-1916 (6), 1919-1920 (5), 1920-1921 (4) y 1921 (1).
-El que más veces encabezó las carreras anotadas (4): 1914-1915 (33), 1915-1916 (41), 1920-1921 (19) y 1922-1923 (37).
-Conectó tres triples el 12 de enero de 1921, un récord empatado.
-Cinco veces lideró los jonrones: 1913-1914 (2), 1915-1916 (2), 1919-1920 (1), 1920-1921 (1) y 1922-1923 (4).
-Encabezó las bases robadas en cuatro campañas: 1915-1916 (28), 1919-1920 (10), 1922-1923 (15) y 1923-1924 (5).
-En tres ocasiones quedó al frente en hits: 1914-1915 (48), 1915-1916 (56), y 1922-1923 (61).
-Dos años resultó líder de los bateadores: 1914-1915 (.387) y 1919-1920 (.360).
-En 1914-1915 fue quien más veces fue al bate (124).
-Se hizo célebre cuando conectó 3 jonrones contra los New York Giants, que contaban con Babe Ruth, el 5 de noviembre de 1920.
Otros se han destacado intra e inter fronteras, supieron conquistar a las multitudes y, quizás, hasta se creyeron por encima de los mortales. Pero de Torriente siempre habrá que recordar su entrega al terreno sin miramientos, a veces acompañado por cierto desdén y con la mirada fija en los lanzadores, a quienes estudió para enfrentarlos y logró doblegar en la inmensidad de sus viajes al plato. Y ellos se sentían minimizados, porque allí se gestaba un inmortal.
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