Hoy hace exactamente quince años que Salí de Cuba.
Miro atrás y me sonrío, he vivido tantas cosas, salí buscando mejor vida, así que soy un poco emigrante económico, pero también un poco político, porque no, una cosa esta tan ligada a la otra, tal vez vinimos buscando lugares donde existieran otras políticas económicas, quizás soñábamos con esos cambios que hoy se acometen en la isla, al no encontrarlos dentro, los procurábamos fuera, habían muchas cosas prohibidas en el pequeño terruño, creo que existían demasiadas prohibiciones para tan poco espacio, por otro lado cada uno se educaba obligatoriamente y de manera gratuita, inmediatamente comenzabas a soñar, te preguntabas como vivía un profesional como tú en otra parte, no te importaba como se había graduado, éramos tal vez muy jóvenes para esa pregunta y la educación gratuita estaba demasiada enraizada en nuestra cultura, nos parecía algo natural, solo querías saber cómo vivía el tipo, querías tener las casas que salían en las películas, los autos, las ropas, hasta esas ciudades mágicas e iluminadas, éramos victimas confesos de algo que por entonces denominaban “diversionismo ideológico” y era uno de los diez pecados capitales, sin embargo la mía no fue precisamente una de estas ciudades mágicas, llegué a Luanda, Angola, a las 6:30 am de un sábado, nadie me estaba esperando, tenía diez dólares americanos en el bolsillo y una libreta con el teléfono de un posible empleador, al salir al área de parqueo me di cuenta que no entendía a nadie, aunque me daba cuenta que me ofrecían taxi, pero yo no sabía a donde ir, muchas javitas de nylon de esas de los supermercados volaban muy alto impulsadas por el aire caliente, parecían errantes palomas blancas, el aire polvoriento de la ciudad tenía un olor putrefacto, mitad pescado seco, mitad mierda, me sorprendió ver a las mujeres que cargaban cualquier cosa en la cabeza, hasta un cilindro de gas licuado y había mucha, pero mucha gente.
Un cubano de los que regresaba cada año para no perder su residencia en Cuba y que había hecho el viaje al lado mío fue la única persona a la que pude acudir, entonces llegamos a una casa donde pudimos llamar a quien me daría la primera mano, que ya venía siendo una segunda, de manera que el buen samaritano le dio la dirección donde nos encontrábamos y unas tres horas más tarde llegaron.
Tuve múltiples oficios, además de mi profesión que es hacer dientes artificiales, fui pintor de brocha gorda, técnico de rayos X, y hasta custodio de madrugada en una obra en construcción, pasé hambre y compartí un pequeño pescado frito con un amigo de infortunios, pero defendí la alegría y el equilibrio de mi sistema nervioso, recuerdo que tenía un radio comunicador y solía conversar con mi contraparte angolano, en una ocasión, para abreviar la noche, le enseñé a contestar como Camilo, entonces yo le llamaba con aquello de___ Columna dos, columna dos, Camilo aquí está el Che… y él contestaba, Camilo a la escuta, Camilo a la escuta, el jefe nos interceptó la comunicación una madrugada y al siguiente día todos me llamaban Che y al angolano Camilo, creo que aún hoy le llaman así, porque él no estaba feliz con su nombre que era Domingo, alguien me dijo que hoy es un oficial de las fuerzas armadas.
Tan lejos de las luces de neón que soñé, de la ciudad mágica, del auto de lujo y la casa con piscina, en un país que sufría una guerra intestina, que se desangraba con los ataques terroristas perpetrados por las tropas de Jonas Savimbi, fui testigo de una treintena de muertos quemados vivos en un autobús, recuerdo los cadáveres en el patio del hospital uno al lado del otro, una hilera de pena, mujeres, niños, ancianos, una hilera luctuosa de vergüenza y dolor, recuerdo el olvidado monumento de Sumbe dedicado a los ocho médicos colaboradores cubanos masacrados por las tropas de Savimbi.
Apenas me alcanzaba el salario para pagar un cuarto dentro de una casa, en un quinto piso y sin elevador, tenia que compartir la cocina, el baño y el generador eléctrico que nos daba electricidad de seis a seis cada noche, esa era toda la corriente de la que disponíamos trescientos sesenta y cinco días; Enfermé, recibí ayuda, sufrí, tuve miedo, me sentí sólo, fui emigrante ilegal y muy pobre, pero ninguna de estas dificultades me obligó a desistir, porque nunca se murió la esperanza.
Hoy soy feliz y como dice el poeta, quiero que me perdonen, por este día, los muertos de mi felicidad.
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