Señor Presidente,
Señores Cardenales y queridos Hermanos en el Episcopado,
Excelentísimas Autoridades,
Señoras y Señores,
Amigos todos,
Señores Cardenales y queridos Hermanos en el Episcopado,
Excelentísimas Autoridades,
Señoras y Señores,
Amigos todos,
Doy gracias a Dios, que me ha permitido visitar esta hermosa Isla,
que tan profunda huella dejó en el corazón de mi amado Predecesor, el Beato Juan
Pablo II, cuando estuvo en estas tierras como mensajero de la verdad y la
esperanza. También yo he deseado ardientemente venir entre ustedes como
peregrino de la caridad, para agradecer a la Virgen María la presencia de su
venerada imagen en el Santuario del Cobre, desde donde acompaña el camino de la
Iglesia en esta Nación e infunde ánimo a todos los cubanos para que, de la mano
de Cristo, descubran el genuino sentido de los afanes y anhelos que anidan en el
corazón humano y alcancen la fuerza necesaria para construir una sociedad
solidaria, en la que nadie se sienta excluido. "Cristo, resucitado de entre los
muertos, brilla en el mundo, y lo hace de la forma más clara, precisamente allí
donde según el juicio humano todo parece sombrío y sin esperanza. Él ha vencido
a la muerte —Él vive— y la fe en Él penetra como una pequeña luz todo lo que es
oscuridad y amenaza".
Agradezco al Señor Presidente y a las demás Autoridades del País
el interés y la generosa colaboración dispensada para el buen desarrollo de este
viaje. Vaya también mi viva gratitud a los miembros de la Conferencia de Obispos
Católicos de Cuba, que no han escatimado esfuerzos ni sacrificios para este
mismo fin, y a cuantos han contribuido a él de diversas maneras, en particular
con la plegaria.
Me llevo en lo más profundo de mi ser a todos y cada uno de los
cubanos, que me han rodeado con su oración y afecto, brindándome una cordial
hospitalidad y haciéndome partícipe de sus más hondas y justas aspiraciones.
Vine aquí como testigo de Jesucristo, convencido de que, donde él
llega, el desaliento deja paso a la esperanza, la bondad despeja incertidumbres
y una fuerza vigorosa abre el horizonte a inusitadas y beneficiosas
perspectivas. En su nombre, y como Sucesor del apóstol Pedro, he querido
recordar su mensaje de salvación, que fortalezca el entusiasmo y solicitud de
los Obispos cubanos, así como de sus presbíteros, de los religiosos y de quienes
se preparan con ilusión al ministerio sacerdotal y la vida consagrada. Que sirva
también de nuevo impulso a cuantos cooperan con constancia y abnegación en la
tarea de la evangelización, especialmente a los fieles laicos, para que,
intensificando su entrega a Dios en medio de sus hogares y trabajos, no se
cansen de ofrecer responsablemente su aportación al bien y al progreso integral
de la patria.
El camino que Cristo propone a la humanidad, y a cada persona y
pueblo en particular, en nada la coarta, antes bien es el factor primero y
principal para su auténtico desarrollo. Que la luz del Señor, que ha brillado
con fulgor en estos días, no se apague en quienes la han acogido y ayude a todos
a estrechar la concordia y a hacer fructificar lo mejor del alma cubana, sus
valores más nobles, sobre los que es posible cimentar una sociedad de amplios
horizontes, renovada y reconciliada. Que nadie se vea impedido de sumarse a esta
apasionante tarea por la limitación de sus libertades fundamentales, ni eximido
de ella por desidia o carencia de recursos materiales. Situación que se ve
agravada cuando medidas económicas restrictivas impuestas desde fuera del País
pesan negativamente sobre la población.
Concluyo aquí mi peregrinación, pero continuaré rezando
fervientemente para que ustedes sigan adelante y Cuba sea la casa de todos y
para todos los cubanos, donde convivan la justicia y la libertad, en un clima de
serena fraternidad. El respeto y cultivo de la libertad que late en el corazón
de todo hombre es imprescindible para responder adecuadamente a las exigencias
fundamentales de su dignidad, y construir así una sociedad en la que cada uno se
sienta protagonista indispensable del futuro de su vida, su familia y su patria.
La hora presente reclama de forma apremiante que en la convivencia
humana, nacional e internacional, se destierren posiciones inamovibles y los
puntos de vista unilaterales que tienden a hacer más arduo el entendimiento e
ineficaz el esfuerzo de colaboración. Las eventuales discrepancias y
dificultades se han de solucionar buscando incansablemente lo que une a todos,
con diálogo paciente y sincero, comprensión recíproca y una leal voluntad de
escucha que acepte metas portadoras de nuevas esperanzas.
Cuba, reaviva en ti la fe de tus mayores, saca de ella la fuerza
para edificar un porvenir mejor, confía en las promesas del Señor, abre tu
corazón a su evangelio para renovar auténticamente la vida personal y social.
A la vez que les digo mi emocionado adiós, pido a Nuestra Señora
de la Caridad del Cobre que proteja con su manto a todos los cubanos, los
sostenga en medio de las pruebas y les obtenga del Omnipotente la gracia que más
anhelan.
¡Hasta siempre, Cuba, tierra embellecida por la presencia materna
de María! Que Dios bendiga tus destinos. Muchas gracias.
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